
Relato creado a partir de la lectura del libro Rayuela de Julio Cortázar
Ha muerto una palabra y no hemos podido acudir a celebrar su partida. Una escalera del primero al quinto repleta de conceptos a la espera de su propia procesión. La decepción de las últimas al llegar vocifera en susurros, le siguen escándalo y tristeza; la última contiene a la primera, pero ella puede llorar, sus manos aprietan boca y ojos, pero no pasa nada. Entre el tercero y el cuarto vació también vino. Beben algo entre destilado y huácala (nadie la invitó). Los amigos cercanos la rodean envuelta de blanco.
Palabra menor cogió frio una noche todas las noches, desde la boca refugio, muchas veces olvidada en cualquier esquina por quien decía ser su progenitor; poeta o novelista, todos estos merecen el infierno del silencio hasta cuando aprendan. Lavar las manos y la boca, mirarla bien antes de usar, poner bajo un chorro de agua y dejar las definiciones ambiguas fuera, luego secar con cuidado y amor; mal que mal es nuestra palabra “cómo no amarla”.
Tarde fue para los remedios y muy pronto para los consuelos. Desde “cuánto lo siento” hasta el “la acompaño en su sufrimiento”. Fútiles abrazos caen desde las ventanas abiertas y la noche vomita sangre azul empañando a la luna; única naturaleza muerta merecedora de hacer compañía. Ella llora, la madre llora y no era poeta y novelista, ella era música, café y mucha filosofía de oído, nada empírico y todos los abismos cuando una lámpara en la mesita de luz encendía su cuerpo en ardores y el nuevo formato asociaba ese río metafísico de conocimiento. Ella nadaba en él y no lo sabía, pero asimilaba sus aguas, sus sabores y sus tragos amargos de sabiduría.
La noche acompañó al frío y extendió su velo hasta la aparición del sol, el frío no partió y las lágrimas del cielo encontraron nido en cada rostro, cada rictus, cada desconsuelo, cada trago, cada tropiezo y todo el murmullo desde el quinto hasta planta baja. Las palabras no pudieron seguir esperando y forzando calladas la puerta aparecían y se lanzaban por las ventanas (creo que siempre han servido para eso las ventanas) si algo entra también algo debe salir.
La palabra envuelta en blanco comenzó a arder. Una mano invisible, una antorcha invisible, un calor invisible y unas llamas invisibles que llegaban hasta el techo. Negro cielo, elocuente color, desde la deseada ubicuidad el efecto flea decora las paredes blancas, las cortinas de papel chino arden en silencio. Todo en llamas pero el frío de la muerte nos tiene fritos. No se extingue y no muere por estar ya muerta; una suerte encontrada tarde. A su alrededor la madre boca vio los ríos arder y las respuestas hallaron preguntas. Ella ardió y al igual que todos; en una ráfaga de fuego el tiempo los carbonizó. El luto estaba perfecto a partir de esa noche.
Abajo una cama de aire las esperaba para ir a otro funeral y desmontar la tristeza más actores invitados. Tramoyistas ubicaban los escenarios dentro de un camión Burial Co. Gigantografía de lloronas completamente vestidas de negro sobre una base de madera liviana, personajes de la televisión en actitud de estupor retocados para no reflejar la verdadera edad. En si la compañía tenía años en este rubro al servicio de distintas empresas en donde el concepto estuviera “Una imagen vale por mil palabras y si es grande mucho más”
Aunque los tramoyistas insistían que esto era un tipo “outsourcing” y el rubro fuerte eran las paradas de buses. Mostraban folletos antiguos con fotos de ellos posando con las figuras importantes de cada país a la espera del bus, ya sea medianoche o en plena tarde de siesta en España. Es más, todos recuerdan a Gálvez (primer ex empleado de la TV y más viejo de los tramoyistas con martillo en el cinto y pegatina en las manos) y que estuvo en París, pero eso es otra historia escrita, aún sin leer. Cargaron las últimas escenografías, dos golpes al camión y adieu.