
Pude bañarme con la sumisa sangre de las nubes rasgadas a muerte por el sol.
Fueron dulces las estocadas recibidas, las entradas y salidas limpias, leves gemidos del sol sin culpa.
Los espectadores: techumbres, árboles y amantes de los últimos segundos de luz. Nada dijeron
Salpicados quedaron el cielo; una carnicería con un solo nombre (atardecer).
Un susurro sórdido por cruel se logró escuchar — nos vemos mañana — desapareció como lo hacen delincuentes y asesinos seriales.